Culmina un año más y hacemos un balance de los mercados en 2022, analizamos el legado heredado y las posibilidades y desafíos para el 2023.
LEGADO: Balance y aprendizaje
No es tarea sencilla resumir en pocos párrafos los principales factores y acontecimientos que terminaron cincelando el carácter de un 2022 que pocos esperaban o si quiera imaginaron. Al igual que siempre pero como nunca, podemos decir que mucha agua pasó debajo del puente -y por encima también-.
Desde el primer trimestre de 2022 confabularon tres grandes elementos que determinaron en gran medida el legado del pasado año; a finales de enero la combinación de una onda de la variante ómicron en Asia, Europa y Estados Unidos escalaron niveles de alerta en varias ciudades y a medida que las preocupaciones sobre las infecciones por coronavirus fueron disminuyendo se abrió paso el oportunismo de Rusia para iniciar una “operación militar especial” que derivó en una invasión de gran escala en territorio ucraniano, inaugurando un nuevo e infame capítulo de disidencias bélicas entre ambos países. Como corolario del primer trimestre el principal banco central del mundo, la Reserva Federal, anunciaba sus primeras medidas de un programa de ajuste monetario para intentar controlar la inflación, que categóricamente demostró no ser transitoria y terminó condicionando aún más las posibilidades de crecimiento de una economía profundamente globalizada.
Los principales bancos centrales del mundo habían mantenido una política monetaria laxa y una postura macroeconómica flexible para intentar sobrellevar las consecuencias económicas, sociales y sanitarias que había sembrado el coronavirus. Dichas medidas debieron prolongarse, en mayor o menor medida, dependiendo del tipo y del nivel de inserción internacional de cada economía, para paliar los efectos económicos que los precios de las materias primas comenzaron a producir en el interior de las estructuras domésticas de cada país; tras la invasión de Rusia a Ucrania los precios de los commodities, particularmente los alimentos, el crudo y el coste de la energía tuvieron el mismo efecto que intentar sofocar un incendio arrojando gasolina sobre los esfuerzos de los bancos centrales por controlar la inflación.
Y este último no puede dejar de pasar desapercibido. La inflación, como problema -o consecuencia de un problema mayor según algunos eruditos en la materia- es quizás uno de los peores desdoblamientos a nivel social, económico y político; primero porque es endémico, es decir, todas las economías del mundo se han visto afectadas por niveles de inflación históricos que corroen el bienestar social y financiero de las familias y que ponen en jaque las medidas de corte institucional que los gobiernos adoptan en materia macroeconómica.
La inflación fue mucho más lejos de lo que cualquiera esperaba, dejando en ridículo las afirmaciones que la catalogaban como “transitoria”, obligando a la FED, al Banco Central Europeo hasta el propio Banco de Japón, a subir las tasas de interés y aprobar un programa de retiro la liquidez del mercado. Como resultado directo tuvimos la impactante fotografía del desplome en los valores de los bonos y el declive histórico del mercado accionario. No hubo tregua y fuero pocos los vehículos y activos financieros que tuvieron margen de maniobra para salir bien parados en términos de performance.
Las correcciones de valor abarcaron prácticamente a todo tipo de activos, pero lo anecdótico de este 2022 fue que el daño trascendió cipos históricos: el S&P500 y los bonos del Tesoro de Estados Unidos solo habían caído conjuntamente en 1931, 1941 y 1969 y el pasado año fue la primera vez en la historia que cayeron en más de dos (2) dígitos: el S&P500 cerró 2022 en -19.92% al 30/12/2022 y los bonos del Tesoro a 10 años registraron -14.6% al 14/12/2022.
Por propiedad transitiva no fue un buen año para los fondos mutuos y a pesar de que el año acaba de pasar su última página el panorama es poco alentador; los fondos de acciones estadounidenses terminaron con una caída promedio de 23%; los fondos de valor tuvieron un retroceso de entre 9% y 13%; y finalmente los fondos de crecimiento, aquellos por definición con un grado de exposición y perfil de riesgo elevado, registraron en promedio caídas de 31%. Para poner en contexto el impacto histórico al cierre de año las cifras finales muestran que todos los fondos, en los últimos 10 años, han visto disminuido entre un 11% y un 28% su track record de rendimiento anual medio.
Sin necesidad de arrojar sal en la herida entendemos que este año fue prueba cabal para demostrar una vez más las diferencias entre los conceptos de precio y valor; lo intrínseco de un activo propiamente como tal es su capacidad de dar respuesta a una demanda, a una necesidad y generar como contrapartida un beneficio mutuo entre renta y acceso para unos y otros. Lejos de esta definición y más allá de la tecnología de blockchain -que sí tiene valor de aplicabilidad- el ecosistema de criptomonedas se desplomó luego de quedar en evidencia que no había valor subyacente alguno, que no hay activos tangibles de respaldo, que quizás el precio de un NFT pixelado no valía USD 30 millones y que en definitiva el precio era producto de la especulación irracional de un mercado desregulado que cobró muchas víctimas y obligó a las instituciones a tomar cartas en el asunto para evitar que crecieran riesgos sistémicos de forma paralela a la economía en su conjunto.
A pesar del mal año para los mercados bursátiles hubieron algunos matices positivos en el hemisferio sur: la mayoría de las economías latinoamericanas se vieron beneficiadas en los términos de intercambio en el comercio a raíz del auge registrado en los precios de las materias primas; las acciones de compañías latinoamericanas se destacaron por su rentabilidad; y los bancos centrales latinoamericanos consiguieron prever con anticipación la escalada inflacionaria habiendo comenzado desde mediados de 2021 una política monetaria de suba de tasas para mitigar riesgos que emergieron durante el pasado 2022.
En el terreno financiero y específicamente en las imbricadas relaciones de las esferas productivas, la economía real y la esfera financiera, las tensiones surgen en ésta última como consecuencia directa de un deterioro de las expectativas de los inversionistas, llevando a la esfera productiva a afrontar ajustes para que las ecuaciones de beneficios sigan siendo redituables con el agravante de que el costo del dinero también comprime aún más las posibilidades de crecimiento y desarrollo.
El costo oportunidad del dinero tampoco es un problema menor y representa desde el punto de vista microeconómico una prueba de fuego a la inestabilidad financiera latente en cada economía; aquellas economías con una proporción relativamente mayor de empresas expuestas -dependientes- al acceso del mercado financiero para continuar con su producción pueden verse seriamente afectadas, debiendo reducir producción, personal o incluso cerrando operaciones. Este es principalmente uno de los efectos no deseados de una política monetaria hawkish ya que los modelos matemáticos elaborados por los bancos centrales para mitigar la inflación destilan mayor rigidez en las condiciones de producción, propiciando un mayor desempleo como mecanismo de contrarrestar la demanda, dado que el trabajo tiende a ser uno de los primeros factores productivos a ser descontados en las ecuaciones de rentabilidad empresarial.
Los riesgos del costo del dinero también son sistémicos, no quedan circunscriptos a la esfera doméstica de las economías; la inserción de los países en las cadenas globales de valor y su grado de dependencia profundizan los riesgos cambiarios; en julio de 2022 el euro entraba en paridad con el dólar estadounidense, hecho que se había registrado por última vez en el año 2000 y para los principales actores del comercio internacional esto derivó en la adopción de mecanismos -seguros, contratos, swaps, etc.- para atenuar los riesgos de un apreciación, rápida y elocuente, del dólar como moneda de intercambio y compensación contable internacional.
El 2022 fue un año que dejó y continuará sembrando marcas a lo largo de la historia porque doblegó a los principales mecanismos institucionales en materia de política económica y monetaria a revisar viejas recetas de los años 70 y llevó incluso a revisar y examinar postulados teóricos que una vez más hacían caso omiso a la realidad y no eran suficientes para explicar desequilibrios o anomalías en el funcionamiento del sistema.
A fin de cuentas, parece que el revisionismo histórico sigue siendo la principal herramienta de diagnóstico y la realidad -o destino- parece estar empecinada en alimentar paradójicamente la idea de que el hombre es el lobo del hombre: en un año marcado por “desequilibrios”, “exceso de liquidez”, “inflación”, etc. el premio Nobel de Economía fue otorgado a tres economistas estadounidenses por la “investigación sobre bancos y crisis financieras.”
El sello de cera aún está tibio sobre un año que a pesar de estar cerrado parece trascender alquimias y deja un legado pesado para salir a navegar un 2023 cargado de desafíos. Desde Supra tenemos la convicción de que tenemos un equipo humano excepcional, comprometido y abocado a la tarea de continuar izando las velas de una fragata que continuará navegando en mar abierto durante los próximos 365 días.
FUTURO: Nuestro afán a la luz de los desafíos
Dicen que ningún mar en calma hizo experto a un marinero y salir del muelle sin el pronóstico del clima no es un buen presagio para llevar la embarcación por aguas más serenas y seguras. Sin duda alguna el próximo 2023 tendrá blancas y oscuras, pero sin dejar la realidad de lado la nueva vuelta al sol que iniciamos no dejó a la inflación, a la FED, ni a las tensiones geopolíticas, ni a los problemas del medioambiente, ni al cambio climático en el olvido; por el contrario, siguen -y seguirán- presentes.
Los principales desafíos para el 2023 estarán entorno a los efectos de una política monetaria restrictiva que podrá o no, dependiendo de la evolución de la economía y de la lectura de los bancos centrales, desarrollar efectos secundarios como profundizar la ralentización de la economía o incluso conducir a una recesión económica.
En este sentido creemos que los últimos registros de precios al consumidor han dado señales positivas y estimamos, al igual que muchos otros actores de mercado, que en el 2023 podremos ver ese tan ansiado punto de inflexión en las tasas de referencia, creando nuevas oportunidades de asignación y estrategia en las carteras de inversión.
Pensamos que no es momento de instrumentar cambios drásticos en las carteras; probablemente pasó la tempestad, pero aún debemos lidiar con la inestabilidad del mercado y la mejor herramienta continuará siendo la prudencia en la toma de decisiones. Consideramos la diversificación y la calidad de activos como principios rectores de cualquier cambio a partir de 2023; migrar el perfil de las carteras hacia activos de riesgo deberá ser gradual y manteniendo -o posicionándose- en acciones de calidad, bonos soberanos, deuda corporativa de grado inversor y activos de calidad descorrelacionados de los movimientos de mercado.
Estas últimas recomendaciones se basan en que probablemente la renta variable pueda alcanzar nuevos mínimos históricos en virtud del costo del dinero como limitante de la expansión y el desarrollo al tiempo que las estimaciones de retorno seguirán ajustándose a razón de las probabilidades de entrar en una recesión. Es evidente que un escenario de mínimos históricos en los precios de las acciones abre la ventana de oportunidad para invertir, sin embargo, es necesario hacer un arqueo adecuado de las señales que el mercado pueda dar en términos de inflación y valoración, pero entendemos que una entrada, más tarde o más temprana, puede llevar a resultados bien dispares.
El dólar continuará fuerte durante el próximo año a pesar de que la FED pueda eventualmente desacelerar o incluso invertir la trayectoria de las tasas ya que las economías continuarán bajo un régimen de restricción de liquidez. El euro y la libra esterlina podrían quedar nuevamente rezagados frente al dólar si los bancos centrales no consiguen avanzar en el control de la inflación, adoptar políticas institucionales o comerciales en bloque para contrarrestar los efectos de los costes de la energía a los problemas estructurales que con antecedencia ya afectaban a la zona económica.
El abandono de ciertas medidas sanitarias por parte de China y una mayor intensidad en la actividad comercial global podrían plantear una oportunidad en términos de inversión y una suerte de impulso para evadir o tornar menos agresivo un escenario de recesión global.
Finalmente, llegado el momento en que la Reserva Federal decida colocar reversa en la trayectoria de suba de tipos es probable que los activos emergentes recobren protagonismo, es decir, la renta variable emergente podría dar resultados semejantes a la de los mercados desarrollados y la deuda emergente en moneda doméstica comenzará a lucir cada vez más atractiva.
Estos son algunos de los principales factores que seguramente tendrán incidencia en el 2023 y que deberemos tener presente al diseñar nuevas estrategias y reconfiguraciones de valor en los portafolios capaces de aportar mayor resiliencia y valor a partir de una selección estratégica de instrumentos acorde a los tiempos que surgen.
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